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Yo tendría que aprender a vivir sin
ella.
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No hay por qué ser feliz,
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y menos aún se tiene derecho a ello,
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y al que se le haya robado esa
felicidad,
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no hay por qué hacerle desaparecer
de este mundo.
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Si uno quiere vivir apartado de los
demás, se le puede dejar marchar.
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Pero en la convivencia de las
personas,
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se ha desarrollado un algo,
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que está ahí, y nos hemos
acostumbrado
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a juzgar todo según sus reglas.
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A los demás y a nosotros mismos.
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Y eso no se puede infringir.
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Nos despreciaría la sociedad y
nosotros mismos,
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y no lo soportaríamos.
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Y nos pegaríamos un tiro.
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Disculpe, le estoy dando una clase
que no dice más que lo que
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me he dicho a mí mismo mil veces.
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Pero, qué le voy a contar de nuevo.
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Otra vez.
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Nada de odio o algo parecido, ni por
obtener felicidad.
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Ese algo social que nos tiraniza,
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no tiene en cuenta el encanto,
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el amor o el tiempo que haya pasado.
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No tengo otra elección. Tengo que
hacerlo.
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No sé, Innstetten.
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Tiene que tomar una decisión.
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Ahora son las diez.
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Hace 6 horas, y le hago de antemano
esta concesión,
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aún podía elegir entre una cosa
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y la otra. Había una salida.
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Ya no. Estoy en un callejón sin salida.
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Yo tengo la culpa de ello.
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Tendría que haberme dominado
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y guardármelo todo y luchar hasta el
final contra mi corazón.
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Pero sucedió todo tan de repente.
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No me puedo reprochar el no haber
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podido dominar mis nervios.
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Así que fui a su casa y le escribí la
nota.
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La suerte ya estaba echada.
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A partir de ese momento, mi desdicha