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Hablé con un viejecito encantador
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que, según me dijo, cree
en la transmigraciôn de las almas.
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Asegura que ya erais enemigos
en una encarnaciôn anterior.
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- ?Qué dice Feraud a eso?
- No ha pronunciado ningún comentario.
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Como tú más o menos.
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- Saldrá todo en las investigaciones.
- No habrá investigaciones.
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- ?Estás decepcionado?
- ?Guerra?
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Sí, sí... Otra guerra.
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Te concederán la libertad
para reincorporarte a tu puesto.
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- Bien.
- Me imaginaba que te alegrarías.
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Mira lo que he traído.
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Dos botellas.
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Un sacacorchos. Y mi flauta.
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Feraud quiere matarte.
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- ?Te ha dicho eso?
- No, pero lo dicen las malas lenguas.
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! Maldito sea!
Es un hombre muy poco razonable.
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Los enemigos de la razôn tienen
la mirada turbia. Como él, ?no crees?
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?Qué puedo hacer?
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Lo he pensado detenidamente.
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No podéis luchar.
Primero, estáis en lugares diferentes;
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segundo, si tenéis grados distintos,
constituiría una falta disciplinaria;
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y tercero, estamos en estado de guerra.
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La naciôn tiene preferencia absoluta.
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Por lo tanto, aléjate de ese hombre.
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Intenta adelantarte a él,
confía en Bonaparte.