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Si algún aleman te viese con estos calcetines,
creerá que tan solo eres un campesino.
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Dirá, "Muere, cerdo ingleshen!".
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"¡Enemigo de der Fatherland! ¡Heil Hitler!"
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Oh. Oh, no, perdó. No, no, eso fué la última vez.
Lo olvidaba, ahora son los rusos.
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Imagínate que viniera uno.
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Un enorme ruso.
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Con un gran abrigo,
e inmensas botas llenas de nieve.
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Un gran gorro de piel,
envuelto en una canana repleta de cartuchos y granadas.
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¡Y una fenomenal ametralladora
apuntándonos!
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¿Qué se supone que debo hacer?
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Supongo que ofrecerle una taza de té.
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¡Argh!
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No debemos colaborar, Hilda.
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Nos afeitarán la cabeza.
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A los rusos les gusta el té.
Una taza de té no hace daño a nadie
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Supongo que será mejor
que ser acribillado a balazos.
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¡Carai! Nos pueden coger prisioneros
y llevarnos a un campo de concentración.
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¿Por qué? No hemos hecho nada.
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No somos judío, ni nada parecido.
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- Tu abuelo era judío.
- ¡No lo era!
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Bueno, sólo en parte.
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Nos mandarán a Siveria. A una mina de sal.
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- ¿Para qué?
- No lo sé.
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Siempre lo hacen.
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Quizá los rusos toman mucha sal.
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Creo que son simpáticos.
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Una vez vi bailes rusos en la tele.
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Todos llevaban botas.
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Parecían simpáticos.
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Oh, sí. Creo que algunos son simpáticos.
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La última vez se decía
que algunos alemanes lo eran.
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Creo que ya no tenemos más agua, querido.
El agua de lluvia se acabó.
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Oh, nos queda una pinta de leche.
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Guárdala para el té.
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No soporto el té sin leche.