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- ¿No te dijimos que no hagas eso?
- Sí, señor.
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Bien.
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¡Mire a la derecha!
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Vengo aquí como un hombre libre,
Ed, de rodillas a pedir tu mano.
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Hola, Curt.
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- Y así fue.
- ¡No olvides el bouquet, Ed!
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- Sí, quiero.
- Claro que quiero.
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Bueno.
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El padre de Ed nos prestó el dinero
para una casa en Tempe
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yo conseguí trabajo agujereando metal.
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Trabajábamos con los médicos
del sistema de carreteras estatales.
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No practicando medicina, se entiende.
Bill y yo patrullando la Nine Mile...
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- ¿Bill Roberts?
- No, no ese cabrón. Bill Parker.
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Nos acercamos a la obra
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y encontramos
un objeto esférico en la carretera.
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Y no es un pedazo del coche.
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El trabajo era parecido a la cárcel,
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excepto que Ed me esperaba al final del
día y el sueldo al final de la semana.
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¿El gobierno se queda con mucho, ¿no?
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Esos fueron los días felices,
de ingenuidad, como se suele decir
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y que Ed quisiera un hijo
era el próximo paso lógico.
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No pensaba en otra cosa.
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Ella decía que había demasiado amor
y belleza para nosotros dos solos.
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Cada día que no traíamos un niño al mundo
era un día que lamentaría haberse perdido.
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Era hermoso.
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De modo que trabajamos duro en
ello los días que serían fructíferos.
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Y todos los otros días también,
por las dudas.
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Mis días fuera de la ley eran el pasado
y nuestros días de criar hijos el futuro.
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Y luego todo se fue al diablo.