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Ahora estamos decididos,
y con la ayuda de Dios y la vuestra,
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nobles tendones de nuestro poder,
siendo nuestra Francia,
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la doblegaremos a nuestra voluntad...
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o la romperemos en pedazos.
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Estamos dispuestos a conocer lo que le place
a nuestro primo el Delfín.
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Vuestra Alteza ha enviado a Francia
la reclamación de ciertos ducados
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por el derecho de vuestro gran
predecesor, el rey Eduardo III.
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En respuesta a ella,
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mi amo dice que paladeáis
demasiado vuestra juventud.
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Por lo tanto os envía, más acorde
con vuestro espíritu, este tesoro...
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y a cambio desea que los ducados
que pretendéis no sepan más de vos.
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Esto es lo que dice el Delfín.
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¿Qué tesoro, tío?
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Pelotas de tenis, mi señor.
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Nos alegra que el Delfín
sea tan complaciente con nosotros.
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Su regalo y vuestras molestias
os agradecemos.
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Cuando hayamos adaptado nuestras
raquetas a estas pelotas,
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jugaremos en Francia un partido,
con la ayuda de Dios,
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que ganará en el azar la corona de su padre.
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Y comprendemos bien el reproche
de nuestros días disipados,
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sin medir el uso que hacíamos de ellos.
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¡Pero decid al Delfín
que mantendré mi rango, obraré como Rey
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y mostraré mi vela de grandeza