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Vamos, ¿nos ponemos a ello?
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Ahora son las dos.
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Dejadme ver, a las diez,
tendremos cada uno, un ciento de ingleses.
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Los pobres ingleses condenados,
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como sacrificios, al calor de sus hogueras,
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se sientan pacientemente
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y rumian para sí el peligro de la mañana.
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Y el gesto triste que les confieren
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sus flacas mejillas
y raídas vestiduras,
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les hacen parecer al resplandor
de la Luna,
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horribles fantasmas.
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Y ahora,
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a quien contemple al real capitán
de esta banda arruinada
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caminando de puesto en puesto,
de tienda en tienda,
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dejadle gritar:
"¡Loado y glorificado sea!"
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Porque recorre las filas
y visita a todo su Ejército,
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les da los buenos días
con una modesta sonrisa
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y les llama hermanos,
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amigos y compatriotas.
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Largueza universal, como el Sol,
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su ojo liberal regala a todo el mundo,
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fundiendo el frío temor.