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Sobre el Rey
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recaigan nuestras vidas,
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nuestras almas, nuestras deudas,
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nuestras prudentes esposas,
nuestros hijos
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y nuestros pecados recaigan sobre el Rey.
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Debemos soportarlo todo.
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¡Oh, dura condición!
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Hermana gemela de la grandeza,
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sujetas a la respiración de cada necio.
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De qué infinita paz
deben privarse los reyes
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y no así los particulares.
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Y qué tienen los reyes
que los particulares no tengan también,
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excepto el ceremonial.
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¿Y qué eres tú, ídolo del ceremonial?
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¿Qué bebes, en vez del dulce tributo,
sino la adulación envenenada?
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¡Enferma, gran grandeza y ordena
al ceremonial que te dé cura!
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¿Puedes, cuando mandas
en la rodilla del mendigo,
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mandar en su salud?
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No, sueño soberbio
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que juegas tan sutilmente
con el reposo del Rey.
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Yo soy un Rey que te conoce y sé...
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que esto no es el bálsamo,
ni el cetro, ni la bola,
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ni la espada, ni la maza,
ni la Corona Imperial,
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ni el traje entretejido de oro y perlas,
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ni el título farsante
que corre ante el Rey,
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ni el trono en que se sienta,
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ni la marea de pompa que bate
sobre las altas orillas de este mundo.