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¡Buscaos un trabajo o algo
en otro sitio!
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Déjame en paz.
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¡Tú no tienes huevos para darle
una paliza a un negro!
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- ¿A que no hay?
- ¿Qué?
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- No tienes huevos.
- ¿Quién lo dice?
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- ¡Todos!
- Lo dices sólo tú.
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- Yo soy el que mando, ¿no?
- Sí, lo que tú digas.
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- Somos amigos, ¿no?
- ¡Amigos! Eso no existe.
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O lo haces o no lo haces.
¡Y tú no lo estás haciendo!
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Estás celoso
porque me habla cada mañana.
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- Nos morimos de envidia, Paulie.
- Paulie. ¿Has visto a Angie?
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La echas de menos, ¿no?
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Está viviendo en Harlem.
Se compró un kanga.
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Y unas Nike Jordan.
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Eres un bocazas. ¡Cállate!
Cómete el puto pastel.
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- Sal de aquí.
- Te voy a enterrar, cabrón.
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Vale, mamá. No pasa nada.
No pasa nada.
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¡No sé qué le pasa a Gator!
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He rezado mucho por él.
Me va a dar un ataque al corazón.
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- ¿Qué ha hecho ahora?
- Gator salió antes de que llegaras.
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- Nos pidió la tele en color.
- ¿Para qué?
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Para ver a los Mets,
y ver lanzar a Gooden.
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Le dije que no podía verlo aquí
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porque el buen doctor reverendo
le maldeciría si lo veía.
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- ¿ Y qué pasó?
- Se puso como loco.
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Desenchufó la tele,
la cogió y se la llevó.
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Dijo que la traería
después del partido.
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Mamá. Escucha.
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Olvídate de la tele.
Y olvídate de Gator.
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- Va a acabar contigo.
- No digas tonterías.
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Bien sabe Dios que os eduqué
a los dos lo mejor que pude.