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a esa hora de la noche
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hablando con un rufián en su ventana,
que como todo un bellaco,
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confesó los miles de encuentros
que habían tenido en secreto.
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Vámonos. La revelación
le ha hecho perder el sentido.
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¡Prima! ¿Os sentís enferma?
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¿No hay aquí un puñal
para darme muerte?
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¡No vivas, Hero! ¡No abras los ojos!
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- ¡Quita las manos!
- Pena tenía por tener una hija sólo.
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¿Por qué sólo una?
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¿Por qué siempre has sido
tan grata a mis ojos?
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- Ha caído a lo más profundo.
- Señor, tenga paciencia.
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Por mi parte, estoy tan asombrado
que no sé qué decir.
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- ¡Han calumniado a mi prima!
- ¿Dormisteis con ella anoche?
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No, pero hasta anteanoche
hemos dormido juntas el último año.
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¡Confirmado! ¡Confirmado!
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¿Mentirían el príncipe y Claudio?
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¡Pues dejadla que se muera!
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¡Oídme un instante!
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Señora, ¿quién es el hombre
con quien se le acusa?
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Lo sabrán quienes me acusan.
Yo no lo sé.
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Se trata de una extraña equivocación.
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Dos de ellos son el honor personificado.
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Si les han engañado,
será cosa de Juan el bastardo.
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Si han mancillado su honor,
el más altivo lo sentirá.
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Tened calma y escuchad mi consejo
para la ocasión.
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Los príncipes dan a vuestra hija
por muerta.