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Aunque, afortunadamente, no
había ratas en el barco...
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...una extraña plaga
atacó a los pasajeros.
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Solamente Claudia y yo
parecíamos inmunes.
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Mantuvimos nuestra distancia...
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...meditando uno sobre
el misterio del otro.
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Llegamos al Mediterráneo.
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Yo quería que esas aguas fueran azules.
Pero eran negras.
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Eran aguas de la noche.
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Y cómo sufrí entonces...
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...tratando de recordar el color
que de joven me era indiferente.
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Buscamos en pueblo tras pueblo...
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...ruina tras ruina...
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...país tras país.
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Y nunca encontramos nada.
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Empecé a creer que éramos los únicos.
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Ese pensamiento me brindaba
un cierto alivio extraño.
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Porque ¿qué pueden decirle los
condenados a los condenados?
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¿No encontraron nada?
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Rumores de campesinos...
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...supersticiones sobre el ajo...
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...los crucifijos...
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...la vieja estaca en el corazón.
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¿Pero a un "prójimo"?
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Ni un susurro.
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¿No hay vampiros en Transilvania?
¿No existe un Conde Drácula?
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Ficciones, amigo mío.
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Ficciones vulgares de
un irlandés demente.
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París...
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...septiembre de 1870.
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La ciudad de mis sueños.
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Yo era criollo y París era
la madre de Nueva Orleáns.
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Era un universo completo
y entero en sí mismo.