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- Aunque luego una se queda sola.
- Sí.
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- Mamá, déjalo ya.
- ¿Es que no digo la verdad?
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- Jen, hija, saca un poco de fruta.
- Enseguida.
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- ¿Ésta es su segunda hija?
- No, la pequeña.
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- Encantada.
- ¡Hola! ¿Qué edad tienes?
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Veinte años.
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Pues, si no tienes novio,
no esperes tanto como tu hermana Jen.
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- ¿Nos sentamos?
- Voy a preparar el té.
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- Vamos a jugar.
- De acuerdo.
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Señora Liang.
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- Tú eres...
- Jia-Chien.
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¡Claro, tú eres la mediana!
Sigues siendo una preciosidad.
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Gracias.
¿Cómo encuentra Taipei?
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Bien,
estoy encantada de haber vuelto.
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Di, ¿ya tienes novio?
Seguro que tienes montones.
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Te aconsejo que abras bien los ojos.
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Fíjate en lo que hacen,
no en lo que dicen.
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Todos son unos hipocritones.
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Sí.
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¿No le parece a Vd.
que es lo más prudente, Chu?
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Sí.
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- Tiene Vd. unas hijas encantadoras.
- Las suyas también lo son.
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¡Qué va!
Las dos son un desastre.
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Fíjese en la mayor,
con ese sórdido divorcio.
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Prefiero ahorrar detalles.
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Y la pequeña acabó casándose
con un blanco...
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que se pasa las horas oyendo discos y
que sólo come hamburguesas con cebolla.
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Cada vez que yo intentaba guisar algo,
sonaba la alarma de incendios.
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Antes preferiría morirme
que volver a aquella tierra de locos.
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Espero que Jin-Fen acabe
divorciándose también.
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Es lo mejor que puede pasarle.
Los hombres son unos sinvergüenzas.
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Bueno, casi todos, porque
Vd. es un modelo de persona.
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- ¿Le importa a Vd. que fume?
- No, en absoluto. Permítame.
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Es una bruja.
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Sopló una brisa, un murmullo.
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En mi sencilla buhardilla de ensueños
guardo mi amor otoñal sólo para ti.