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y a un psicólogo que reuniera perfiles
de miembros deseables del jurado,
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y les aseguro que Matthew Poncelet
no estaría aquí, ante ustedes,
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reclamando su vida.
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La pena de muerte.
No es nada nuevo. Hace siglos que existe.
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Hemos enterrado a seres vivos,
los hemos decapitado,
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los hemos quemado vivos
en plazas públicas...
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Quería que vieran esta fotografía.
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En este siglo, hemos buscado
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métodos cada vez más humanos
de matar a quienes no nos gustan:
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Ante un pelotón de fusilamiento,
o asfixiados en cámaras de gas.
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Pero ahora...
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Ahora hemos creado
el método más humano de todos:
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La inyección letal.
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Lo sujetamos con unas correas.
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La primera inyección lo anestesia.
La segunda implosiona los pulmones,
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y la tercera le para el corazón.
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Lo matamos como a un viejo caballo.
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Su rostro se duerme. Por dentro,
sus órganos sufren el apocalipsis.
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Los músculos de la cara se le crisparían,
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pero la primera inyección los relaja, y no
presenciamos un espectáculo horroroso.
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No notamos el sabor
a sangre de nuestra venganza,
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mientras los órganos de un ser humano
se retuercen y se convulsionan.
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Permanecemos impasibles, asintiendo,
y decimos: "Se ha hecho justicia".
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Hace seis años de los brutales asesinatos
de Hope Percy y Walter Delacroix.
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Hace tiempo que se debió hacer justicia.
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El caso de Matt Poncelet se sometió
a una larga y minuciosa revisión.
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No sólo un juicio, sino dos,
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recursos en tribunales
estatales y federales,
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y sucesivas demandas
presentadas por el Sr. Barber.
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El tribunal no tiene la menor duda
de quién cometió el asesinato.