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Un hombre grande y fuerte.
Un poco estúpido.
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- Eso te recuerda algo--
- Con cabello rojo.
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- Y manos de mandril.
- Tenía que entregarlo.
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Lo enviamos a buscar algo.
Pero no volvió con nada.
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- ¡Nada!
- Pero me quitó la vista, ¡lo juro!
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¡Cállate!
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- Los grillos. No los lastimen.
- ¿Haríamos eso?
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Por el contrario.
Acaba con él.
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Esas perras.
Siempre molestándome.
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¿Jefe?
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- El niño se comió su cena.
- No importa.
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Tenías hambre, sin duda, mi ángel.
Acércate.
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Sin violencia, Mishinka.
Después de todo, es nuestro invitado.
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El despiadado peso de la soledad.