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- ¿Podremos vernos algún día?
- No lo dudo.
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Créeme, amor mío.
Lo que ahora sufrimos
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será dulce recuerdo en días por venir.
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¡Dios mío!
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¡Mi alma se llena de negros presagios!
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Me parece verte, ahora que estás abajo,
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como un muerto en el fondo de la tumba.
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¡Adios!
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¡Oh Fortuna, Fortuna!
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Gira tu rueda, Fortuna.
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No le retengas mucho,
y envíalo de vuelta.
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Tienes un padre tan solícito, hija,
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que para sacarte de tu melancolía
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ha preparado un día de gozo,
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que tú no esperas, ni yo imaginaba.
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¿De qué se trata, madre? ¿Qué día es ése?
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El proximo jueves, por la mañana,
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el valiente, joven y noble conde Paris,
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en la iglesia de San Pedro
tendrá la fortuna de hacer de ti
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una esposa feliz.
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¡Pues por la iglesia de San Pedro,
y por San Pedro,
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que no hará de mí una esposa feliz!
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Aquí viene tu padre. Díselo tú misma.
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¿Qué hay, esposa?
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¿Le has comunicado nuestra decision?
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Sí, señor.
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Pero ella no quiere, y os da las gracias.
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Debería casarse con su propia tumba.
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¿Qué?
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¿No quiere?