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¡Madre querida, no me rechaces tú!
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Retrasa esa boda, un mes, o una semana.
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O si no, pon el lecho de bodas
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en el sombrío sepulcro donde yace Tybalt.
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No me hables...
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porque no diré una palabra.
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Haz lo que quieras, ya he terminado contigo.
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¡Dios mío!
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Ama, ¿como voy a evitar esto?
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¿Nada decís? ¿Ni siquiera una palabra?
¡Consuélame, ama!
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Helo aquí.
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Creo que lo mejor es que
te cases con ese Paris.
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Es un caballero encantador.
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Creo que serás feliz con tu segundo esposo,
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porque aventaja al primero.
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Y aunque no fuese así,
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el primero está muerto.
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O como si lo estuviese,
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pues aunque esté vivo, a tí no te sirve.
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¿Salen del corazon esas palabras?
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Y también del alma;
¡o si no, malditos los dos!
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Amén.
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¿Como?
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Mucho me has consolado.
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Entra a decir a mi madre,
que por haber enojado a mi padre,
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me he ido a la celda de Fray Lorenzo
a que me confiese y me absuelva.