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Era el ruiseñor, y no la alondra,
lo que hirió el fondo de tu oído.
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Todas las noches trina
en aquel granado.
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Créeme, amor mío, era el ruiseñor.
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Era la alondra...
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...la mensajera de la mañana...
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...no el ruiseñor.
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Mira...
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...qué envidiosas franjas de luz...
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...ribetean las rasgadas nubes
allá en el Oriente.
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Las candelas de la noche
se han extinguido...
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...y el día bullicioso
asoma de puntillas...
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...en la brumosa cima
de las montañas.
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Es preciso que parta y viva...
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...o que me quede y muera.
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Aquella claridad lejana no es
la luz del día, lo sé yo.
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Es algún meteoro
que exhala el sol...
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...para que te sirva esta noche...
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...de portaantorcha...
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...y te alumbre
en tu camino a Mantua.
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Quédate, por tanto, aún.
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No tienes necesidad de marcharte.
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Que me prendan.
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Que me hagan morir.
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Si tú lo quieres, estoy decidida.
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Mi deseo de quedarme vence...
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...mi voluntad de partir.
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Ven, muerte, y sé bienvenida.
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Julieta lo quiere.
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Llegará lejos, temo.
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Espero que trabajemos
juntos otra vez.
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Tengo esos mortales venenos...
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...pero las leyes de Mantua
castigan...
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...con la muerte
a quien los expenda.