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No eres Semiramis. El nombre
que mejor te nombra es Tamora.
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Dame el puñal.
La mano de tu madre sabrá vengarse.
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¡Alto, señora!
Aún no hemos terminado.
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Primero cosechemos el grano.
Luego quemaremos la paja.
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Esta sierva se enorgullece de su
castidad y de sus votos nupciales
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y su fidelidad
y con eso pretende desafiar tu poder.
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- ¿Se llevará su orgullo a la tumba?
- Si así lo hace, quisiera ser eunuco.
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Arrastremos a su esposo
hasta algún pozo
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y que su cuerpo
sea testigo de nuestra lujuria.
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Pero cuando hayan saboreado la miel
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no dejen que la avispa
les clave su aguijón.
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Nos aseguraremos de ello, señora.
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Ven, que por la fuerza disfrutaremos
de tu bien cuidada castidad.
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- Tienes rostro de mujer.
- ¡No quiero oírla! ¡Llévensela!
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- Dulces señores, ruéguenle que me
escuche. - Escucha, bella señora.
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Disfruta de sus lágrimas.
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Pero que tu corazón sea
tan duro como la roca con la lluvia.
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¿ Ahora das lecciones a tu madre?
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No le enseñes la crueldad
que ella te enseñó a ti.
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La leche con que te alimentó
se ha vuelto mármol.
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Pero no todos los hijos son iguales.
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Ruégale que muestre
la piedad de una mujer.
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¿ Acaso quieres que actúe
como un bastardo?