Into the Arms of Strangers: Stories of the Kindertransport
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de Europa Central a lnglaterra.
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También acabó con la correspondencia
regular entre hijos y padres.

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La única vía de comunicación ahora...
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era con tarjetas de 25 palabras enviadas
a través de Cruz Roja lnternacional.

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En cuanto cesaron las cartas
llegó el aislamiento.

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Era costumbre no habIar...
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de Io que te doIía.
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No podía habIar checo con nadie.
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No quería decirIe a mi hermana
Io triste que estaba...

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porque creía que era demasiado pequeña.
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Entonces escribí en mi diario:
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"Nunca pensé que
se pudiera estar tan sola...

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"y seguir viviendo...
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"con el temor constante
por los seres queridos.

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"Las lágrimas que derramo por la noche
no mitigan mi dolor...

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"aunque siempre me dijeron que
una se siente mejor si llora.

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"Todo lo que tengo es la cara hinchada...
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"y mi corazón sigue tan triste como antes".
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A menudo me despertaba
con Ia aImohada empapada.

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Había un jardinero...
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que quizá no entendía
por lo que estaba pasando.

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El caso es que siempre me decía:
"No te preocupes, no durará mucho".

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Y Ie creyera o no,
me hacía sentir bien oírIe decir eso.

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Y siempre me daba una fIor.
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A los pocos meses
de su llegada a lnglaterra...

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muchos refugiados,
junto con otros niños ingleses,

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tuvieron que huir al campo
con nuevas familias...

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para escapar de los bombardeos previstos
en las ciudades.

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-¿Acepta acoger a dos niños?
-Sí, acojo a dos niños.

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Dos niñas pequeñas.
Serán feIices con usted, estoy seguro.

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-Muchas gracias.
-Dos niñas muy monas, ¿verdad?

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Ninguno de los padres adoptivos
con los que viví,

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y fueron cinco,
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ninguno de ellos me pudo aguantar
mucho tiempo.

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Pero todos tuvieron la buena voluntad
de acoger a un niño judío.


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