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cierta simpatía.
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Pero a diferencia
del casado Cusimano,
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que, por decirlo así, fue víctima
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de un ataque presenil
de los sentidos,
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de un falaz caleidoscopio de deseos.
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A diferencia
del padre de familia Cusimano,
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Cadei es
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y era
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¡un soltero!
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¡Se ha vuelto loco!
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Él también es soltero.
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La autopsia interpretativa
de los hechos nos dice
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que la Sra. Scordia
no ha cometido otro crimen
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que el de ser desventurada,
estar sola
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¡y ser bella!
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Ese es su crimen:
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¡ser bella!
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Y de ahí las envidias,
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las patrañas,
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las ignominias
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que le han arrebatado incluso
la confianza paterna.
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¡Y a pesar de todo, aún suspira,
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por aquella tumba de guerra
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en el África oriental!
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Pero el pálpito dialéctico
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de nuestra audaz pero válida tesis
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tiene un sólo interrogante:
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¿puede una mujer joven
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tras la odisea
de la viudedad repentina
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esperar la protección
de una nueva vida?
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¿Tiene derecho a anhelar y escribir
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un nuevo final
para su novela de amor?
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Señoría,
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los habitantes de Castelcuto
responden:
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¡Sí!
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¿Cusimano me dejará en paz ahora?