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No te cohíbas, hermano.
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Encuentra de una vez
la voz solemne que buscas.
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Pregunta de una vez
qué me ha pasado siempre.
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Desencájame deprisa la cara...
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y rompe en mis ojos
la vieja vajilla de la casa.
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Eran ésos nuestros lugares a la mesa
a la hora de las comidas,
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o a la hora de los sermones:
nuestro padre en la cabecera,
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a su derecha, por orden de edades,
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primero estaba Pedro,
luego Rosa, Zuleika y Huda.
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A su izquierda nuestra madre,
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luego yo, Ana y Lula, el benjamín.
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La rama derecha...
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era desarrollo espontáneo
del tronco desde sus raíces.
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Pero la izquierda traía
el estigma de una cicatriz,
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como si la madre, por donde
comenzaba la segunda rama,
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fuese una anomalía,
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una protuberancia mórbida
por la carga de afecto.