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Era Ana.
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Era Ana.
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Era Ana.
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Y ver que mi hermano
se cubría el rostro con las manos.
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Estaba claro que tanteaba
en busca de un apoyo.
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Buscaba sin duda
la tierra sólida y dura.
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Llegaba incluso a oír
sus gemidos pidiendo socorro,
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pero al advertir su actitud
repentina e inmóvil, vi a mi padre.
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Se me ocurrió también que tal vez
era un ejercicio de paciencia...
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que se recogía,
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consultando en la oscuridad
el texto de los mayores,
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la página noble y ancestral.
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Pero en la corriente de mi trance
ya no contaba su dolor...
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mezclado con el respeto
a la letra de los antiguos.
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Yo tenía que gritar furioso
que mi locura...
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era más sabia que la sabiduría
de mi padre,
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que mi enfermedad me era más afín
que la salud de la familia,
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que mis remedios jamás fueron
citados en los compendios,
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pero que había otra medicina,
la mía,
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y que fuera de mí yo no
reconocía ciencia alguna,
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que todo era sólo una cuestión
de perspectiva,
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que sólo valía
mi punto de vista...
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y que era un capricho
de saciados...
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probar la virtud de la paciencia
con el hambre de terceros.
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Y decir todo eso
en un acceso verbal,
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derribando la mesa de los sermones,
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destruyendo trabas,
cerrojos y amarras,