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los sedientos de igualdad y justicia,
los que tarde o temprano...
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acaban venerando al maligno!
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¡Él que nos empuja
contra corriente,
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nos araña los tímpanos
con su soplo áspero y caliente,
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nos seduce contra
la frágil solidez del orden,
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ese edificio de piedra...
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alzado sobre los hombros
de los que gimen!
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¡El primero, el único, el soberano!
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¡Tu bondadoso Dios no es
más que un vasallo y no sabe...
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que sus leyes son leña resinosa...
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que alimenta el fuego eterno!
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Ya me sube una nueva oleada.
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¡Me dan ganas
de fustigar a tus santos,
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tus angelotes...
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dar una dentellada
en el corazón de tu Cristo!