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¡Me dan ganas
de fustigar a tus santos,
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tus angelotes...
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dar una dentellada
en el corazón de tu Cristo!
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Me estoy muriendo.
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Me estoy muriendo.
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Y cuanto más espesan la cáscara,
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más les tortura el peso
del caparazón.
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Creen estar seguros,
pero se retuercen de miedo.
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Se esconden de los otros...
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sin saber que atrofian
sus propios ojos.
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Se hacen prisioneros de sí mismos
sin sospecharlo siquiera.
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Llevan la llave
pero olvidan que abre.
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Y son obsesivos, se abruman
con sus problemas personales...
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sin atisbar cura,
pues rechazan el remedio.