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Una vez conocí
a una mujer en Londres.
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Titubeo en llamarla mujer,
a pesar de que era femenina.
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No era fina, como Ud.,
por supuesto...
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pero era-- oh, Dios--
mejor dicho, ¿cuál es la palabra?...
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una joven muy hábil.
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Encantadora, llena de vida.
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No sería correcto llamarla una mujer
fácil porque de fácil no tenía nada.
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Mary Ann, ése era su nombre.
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Mary Ann no era fértil...
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lo cual le hizo más fácil
elegir su profesión.
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Tenía una historia triste
que causó su condición.
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Operación clandestina cerca del puerto
de Londres. Muy triste.
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Pasamos un mes entero juntos.
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Se robó mi corazón...
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lo que no habría estado tan mal
si no se hubiera robado todo mi dinero.
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Ahora, no me molesta admitirlo...
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me había cobrado caro...
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por el placer de conocerla,
y aun así...
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me despierto una mañana y había
desaparecido con todo lo que yo tenía.
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¿Puede creerlo?
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- Es terrible.
- ¿Qué dijo?
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Dije: es terrible.
Su cuento de penurias.
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Muy terrible.
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El más terrible.
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No me hizo sentir mejor enterarme...
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de que ya le había hecho lo mismo
a una docena de marineros.
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Como dije, Mary Ann era
una joven muy hábil...
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no una dama como Ud.
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¿Qué tenemos aquí, Srta. Lillian?
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Parece que tiene un hilo suelto.