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Sylvia, la jefa.
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¿Qué le agradaría al joven?
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¿El fuego de Zanzibar?
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¿La sal de Guérande?
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¿El viento del desierto?
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No, perdone, no quiero una chica.
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Investigo la muerte de Vidocq.
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Santa Virgen María.
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Descanse en paz.
-Usted le conocía, ¿verdad?
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Era algo más que un cliente. Era un amigo.
-Quiero saber quién le mató.
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¿Y quién no?
-Quiero llegar al fondo de todo esto.
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Eso es el infierno.
-El infierno.
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Le interesaban tres hombres.
-Belmont, Laffite y Veraldi.
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¿Clientes suyos?
-No.
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Mi casa no disponía de los
productos que les interesaban.
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Productos muy raros.
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¿Productos? ¿Qué productos?
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Vírgenes. Vírgenes jóvenes.
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Seres puros, como las llaman.
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¿Para qué?
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¿Usted qué cree?
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No la creo.
-Esos bastardos iban a los pobres.
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Les compraban a sus hijas.
No es nada extraño por aquí.
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No la creo.
-Me aburre.
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Vaya al Furet, el periódico.
Dos calles más adelante.
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Pregunte por Froissard.
Él lo sabe todo sobre eso.