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Ya no soy virgen.
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Me da mucho gusto.
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¿Cómo estás, hijo?
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-Excelente, señor.
-Muy bien. Me alegro de verte.
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¿ Y entonces?
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Seguí su consejo.
Encontré a mi familia y a mi madre.
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Qué bien.
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¿ Y?
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En mi corazón la perdono,
pero si no la vuelvo a ver nunca...
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Entiendo.
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Es curioso sentir eso
acerca de mi madre.
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Pero la hallé. Y le debo el decirle
que Ud. tenía razón.
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-¿Me lo debes?
-Sí, señor.
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Necesitaba encontrarla.
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Si tenía razón,
fue por razones erróneas.
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Esto queda entre tú y yo.
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Sí, señor.
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Mi esposa y yo queríamos tener hijos,
pero descubrimos que no podíamos.
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Eso la sacudió hasta su misma esencia.
Yo sabía cómo ayudarle.
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Necesitaba tratamiento.
Me aseguré de que lo recibiera.
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Se lo dio el mejor siquiatra,
el que me entrenó.
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Pero yo, el que estaba bien,
el fuerte...
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...al mismo tiempo,
empecé el proceso de cerrarme.
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Muy sutil, muy calladamente.
Era mi secretito.
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Hasta que un día llegó un joven
a mi oficina y a mi vida...
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...y me echó el secretito
directo a mi cara.