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- Tengo que llevarme una nave.
- ¿Qué?
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¿Para ir adónde?
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A la Ciudad de las Máquinas.
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Sé que es difícil de entender.
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No, no lo es.
Te volviste loco.
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Aun así, tengo que ir.
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No llegarás. Ninguna nave
se ha acercado a 100 Km. de ella.
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- No llegarás.
- Tengo que tratar.
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- ¿Eso te dijo la Pitonisa?
- No.
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¡Qué estupidez!
Si quieres ir a matarte, ve y mátate.
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Pero no desperdicies una nave.
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- Créeme, tengo que ir.
- ¡Mentira!
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¡Yo soy capitán de esta nave!
¡Yo digo adónde tiene que ir!
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Esta nave se irá al infierno
antes que te deje llevarla a algún lado.
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- Que se lleve la mía.
- No puedes hacer eso.
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Ni se te ocurra tratar de decirme
qué puedo hacer...
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...con mi nave después de tu discursito.
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- ¡Por el amor de Dios, Niobe!
- Yo pilotearé esta nave, que se lleve la mía.
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Apurándonos,
llegaremos a Zion junto con las máquinas.
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Es tan buen plan como cualquiera.
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Es un desperdicio.
Un maldito desperdicio.
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Dos naves, dos direcciones.
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Suena providencial, ¿no, Morfeo?
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- Tú nunca creíste en el Elegido.
- Todavía no creo.
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Entonces, ¿por qué haces esto?
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Creo en él.
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Gracias.
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- ¿Para qué es eso?
- Para ayudarte a relajarte.
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Para ayudarte a que recuerdes.
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¿Qué tal si no me quiero acordar?
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¿Por qué no?
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¿Qué tal si yo emití el impulso?