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Las guerras del mundo
habían comenzado.
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Perduraron más o menos
durante 40 años.
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Casandro en Grecia, Crátero
y Antígono en Asia Occidental,
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Seleuco y Perdicas en Oriente,
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yo mismo en Egipto,
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hasta que dividimos su imperio
en cuatro partes.
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¡Caballeros, no somos salvajes!
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Casandro no dejó lugar a dudas
sobre sus ansias de poder
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cuando, 7 años después,
ordenó la ejecución de Olimpia.
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Y, antes de que pasaran
doce años, consiguió
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destruir totalmente
la estirpe de Alejandro
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al envenenar a Roxana
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y al hijo de 13 años
de Alejandro,
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el verdadero heredero
del imperio.
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Pero la verdad
no es nunca sencilla.
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Y, sin embargo, lo es.
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La verdad es que
nosotros le matamos.
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Con nuestro silencio,
consentimos.
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Porque...
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Porque ya no podíamos más.
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¿Qué, por Ares,
podíamos esperar del futuro
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si no ser descartados al final,
como a Clito?
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¿Después de todo ese tiempo,
entregar nuestra riqueza
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a aduladores asiáticos
a quienes despreciábamos?
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¿"Mezclar las razas",
"armonía"...?
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Él hablaba de esas cosas,
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¿pero no se trataba
en realidad de Alejandro
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y de otra población
dispuesta a obedecerle?
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Yo jamás creí en su sueño.
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Ninguno de nosotros lo hacía.
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Ésa es la verdad de su vida.
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Los soñadores nos agotan.
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Deben morir antes de que nos maten
con sus condenados sueños.
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Deshazte de todo eso, Cadmo.
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Son desvaríos de un anciano loco.
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Escribirás:
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"Murió de fiebre
y de un estado general debilitado".