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Tenía otras ambiciones,
y yo también.
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No debería descargar su
fracaso sobre los chicos.
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¿Cree que disfruto jugando
a dirigir una prisión?
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Alguien debe hacerlo.
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Pero vaya, vaya a Paris.
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Vaya a llamar a la
puerta del ministro.
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¡Hola! Soy Mathieu, debemos usar
verdaderos educadores, no farsantes.
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Llame, pelee, diga que tiene
fe. ¡Mathieu! ¡San Mathieu!
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Es un músico
fracasado, un vigilante,
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un pequeño vigilante,
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¿A qué se dedica señor Mathieu? Soy
vigilante, ¡vigilante, vigilante, vigilante...!
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Está loco.
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Estoy cansado,
¡váyase al infierno!
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Al contrario,
váyase usted.
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Había esperado que algún chico desafiara la
prohibición y saliera a despedirme, pero nada.
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Esa prudencia de los chicos
me pareció indiferencia.
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Y Morange..., en fin...
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En el primer papel, reconocí la
exquisita escritura de Boniface.
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El de las faltas de ortografía
era, sin duda, de Pepinot.
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Y aquel con notas musicales,
era la firma de Morange.
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Y ése..., y aquel.