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Recuerdo que era una sensación
muy placentera. Era muy cálido.
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Era una disminución lenta y constante.
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No sólo físicamente,
aunque físicamente era obvio.
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Hablo de uno, de todo, de uno mismo.
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No me quedaba nada.
Y ya no me importaba.
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Ya no te queda dignidad.
Ya no te importa ser valiente o cobarde.
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Te conviertes en... nada. Fue extraño.
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Seguí poniéndome las pruebas
de los 20 minutos para llegar aquí o allí.
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Fue cuando vi esas huellas.
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Estaba seguro
de que eran de Simon y Richard.
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Estaban por encima de mí.
Seguían su marcha.
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Seguí arrastrándome montaña abajo,
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convencido
de que marchaban por detrás de mí.
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Recuerdo que pensé algo estúpido:
que vendrían a ayudarme.
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Me convencí a mí mismo
de que me seguían
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porque no querían avergonzarme,
pues me había meado y había llorado.
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No sé cuánto tiempo, quizá una hora,
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seguí creyéndolo, hasta que fue
como una burbuja que estalla.
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Ahí comprendí que no estaban allí.
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Me sentí destrozado.
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Eran aproximadamente las cuatro
cuando llegué al lago.