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Siete millones:
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los felices beneficiarios
de las ventajas y comodidades
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que ofrece esta gran metrópoli.
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Sus amplios bulevares facilitan
a los neoyorquinos
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su despreocupada
y ordenada existencia.
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Un sistema de transporte insuperable
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en cuanto a comodidad
para los pasajeros.
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Los pintorescos cafés de los andenes
están hechos para una vida pausada.
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Para los amantes de la naturaleza
está la privacidad y la paz
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de un día al sol.
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La ciudad ofrece
deliciosos cambios de clima.
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Se preguntarán
qué tiene que ver esto
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con el Sr. Blandings
y la casa de sus sueños.
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Pues se lo contaré.
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Jim Blandings forma parte
de la estructura de esta ciudad.
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Nacido y criado aquí,
es el típico neoyorquino.
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O al menos lo era.
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Si desean saber la historia,
soy el indicado.
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Me llamo Cole, Bill Cole.
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Soy el abogado de Jim,
y su ''mejor amigo'', entre comillas.
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Jim es uno de esos brillantes
jóvenes que hay por ahí.
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Licenciado, trabaja en publicidad,
tiene una mujer encantadora,
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dos preciosas hijas,
y gana unos 1 5.000 al año.
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Jim y Muriel Blandings son
como tantos otros neoyorquinos:
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modernos habitantes
de los acantilados.
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Todo empezó una de esas frías
mañanas de septiembre,
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y los Blandings aún dormían.