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Jean.
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Papá, ni siquiera me reconoció.
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- Tonterías, Jean.
- Y su aspecto.
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Era como el profesor Kingsley, pero...
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- Papá, ¿qué ocurre?
- ¿No lo has adivinado?
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La operación que hice fue
un transplante de cerebro.
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- Entonces, su cerebro...
- En parte, es el de Red Cannon.
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Papá. Es tu mejor amigo.
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- No pudiste hacerle eso.
- Le salvé la vida, ¿no?
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¿De qué sirve
si lo convertiste en un delincuente?
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Lo único que quería era salvarle la vida,
te lo juro.
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Pero cuando noté el despertar gradual
de la mente de Cannon...
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supe que había hecho
un gran descubrimiento científico.
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- Cannon es un pandillero, un asesino.
- De acuerdo.
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Pero, mientras tanto,
demostré lo que siempre creí.
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Las neuronas humanas transplantadas
pueden vivir y funcionar.
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¡Es un triunfo! Piénsalo.
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No soy científica, papá.
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Sólo veo que destruyes a tu mejor amigo.
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- Es tarde para pensar en eso.
- Debes hacerlo.
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- Piensa en lo que le haces.
- Estará bien.
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En cuanto lo lleve de vuelta a Newcastle,
olvidará todo esto.
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Pero no puedo hacer eso hasta...
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¿Hasta qué?
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Hasta que termine el experimento.
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- Tienes que llevarlo a su casa mañana.
- ¿Por qué?
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Porque es lo más compasivo
que puedes hacer.
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Margaret sospecha algo.
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Va a llamar a un médico de Nueva York.
Y entonces se sabrá la verdad.
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No olvides que no tenías derecho legal
de operarlo, papá.
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Irás a prisión...
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y perderás toda posibilidad
de ejercer tu profesión en este país.
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Muy bien.
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Dile a Margaret que mañana temprano
volvemos a Newcastle.
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Se lo diré.