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Divertido, ¿ no?
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Como dispararle al aire,
o a un rayo de luna.
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Y el otro, Frédérick.
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También pensé en él,
incluso fui a verle.
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Busqué un pretexto divertido.
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- ¿ Puede saberse?
- Por supuesto.
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Pensé: "No le conozco.
Le pediré dinero, se negará y...
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- Y se Io dio.
- Sí.
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Y una gran suma encima.
Es increíble.
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Existen personas
desinteresadas.
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¡Personas!
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Los actores no son personas.
Son todos y nadie a la vez.
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Personas...
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Los hombres de mundo
sí son personas.
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El conde Edouard de Monteray,
por ejemplo. Brillante y rico.
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- Cómo ha cambiado, Pierre-François.
- ¿ Yo?
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Sí, antes hablaba de sí mismo,
no de los demás.
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Dígame mejor
en qué se ha convertido.
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Me he hecho famoso.
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He hecho algunas
fechorías sonadas.
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El nombre de Lacenaire
alimenta a la prensa.
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Lacenaire, a quien la policía
busca en provincias
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mientras él está en París,
con su ángel guardián.
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Entonces es la gloria.
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Sí, empieza a serlo,
pero si Io pienso
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habría preferido
un éxito literario.
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Nunca está contento.
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Dicen que el conde de Monteray
se interesa por las artes,
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que es un generoso mecenas.
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Me gustaría verle.
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- ¿ Cree que sería útil?
- Tranquila, no le pediré nada.
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Pero quiero conocer al que puso
la fría mano de la riqueza
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sobre la blanca espalda
de mi ángel.
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Tranquilo.
Me compró sin condiciones.
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Sigo siendo libre.
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Tal vez,
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y eso es Io que me apena.
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No imagina cómo duele
haberla visto otra vez,
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y sobre todo
que no haya cambiado.
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Habría preferido verla hundida,
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sumisa, decepcionada,
embrutecida por el dinero.
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Así podría seguir viviendo
con la conciencia tranquila,
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con la bonita idea
que tengo de la gente.