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Fue la mañana del 29 de febrero,
de 1932...
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un año bisiesto.
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Era una mañana gris y lluviosa.
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El verdugo me puso
la soga alrededor del cuello.
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Luego tuvimos que esperar
porque un funcionario olvidó sus gafas.
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Me pusieron bajo un paraguas
para que no me mojara.
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Y luego llegaron las gafas del funcionario.
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Leyó algo, un pastor rezó...
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cerré los ojos,
pensé en mi madre...
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el suelo desapareció bajo mis pies
y eso fue todo.
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Protesto contra este insulto descabellado
e infantil a nuestra inteligencia.
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¡Cállese!
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- ¿Y luego qué ocurrió?
- Lo siguiente que sentí...
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fue un dedo con un guante de goma.
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Estaba en mi boca
apretándome la lengua.
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Lo mordí y alguien gritó.
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Abrí los ojos...
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y ésa fue la primera vez
que vi al Dr. Praetorius.
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Pero no era un médico entonces,
sólo un estudiante de medicina.
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Creo que yo puedo aclararles
esta parte de la historia.
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Cuando ocurrió esto, yo terminaba
mis estudios como estudiante de medicina.
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También andaba en compañía,
como se suele decir...
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de una jovencita
que era la hija del verdugo.
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Tanto el verdugo como su hija
fueron generosos y comprensivos.
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El verdugo en particular
comprendió mi deseo...
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como estudiante de anatomía,
de tener mi propio cadáver.
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Sabiendo que el cuerpo del Sr. Shunderson
no sería reclamado...
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porque nadie estaba más solo
en este mundo...
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que el pobre Sr. Shunderson...
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el verdugo me lo envió
justo después del ahorcamiento...
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junto con una nota cariñosa
de su hija.
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Yo estaba encantado, por supuesto.
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Pero por poco tiempo. Pronto descubrí
que el Sr. Shunderson estaba vivo.
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Debías de estar furioso.
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Me contó su historia.
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Metimos lingotes de hierro
en el ataúd barato en el que llegó...
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y lo enterramos
en un cementerio de la beneficencia.