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Te llamaré Hans. ¡Qué terrible desgracia!
¿Te encuentras bien?
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Una atrocidad típica de él. Ven.
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Siéntate.
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- ¿Quieres una taza de chocolate?
- No, gracias.
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Te perdiste el ballet.
Lo repetiremos dentro de dos noches
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y entonces lo verás.
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- Vi el ballet.
- ¿Sí?
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- Sí.
- ¿Cómo?
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- Creía que estabas...
- Sí, pero oía la música.
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Conocía la historia que contaba la música.
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No tuve que verte bailar con mis ojos.
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Hans, eres un encanto
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y a mí me encanta bailarlo.
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No sé por qué. Es muy extraño.
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Incluso cuando ensayábamos,
sentía tristeza y ternura.
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- No sé por qué.
- Yo sí lo sé.
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¿Sí? Dímelo.
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- Creo que fue tu respuesta.
- ¿Mi respuesta?
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Dejé que mi corazón te hablara
con el cuento y...
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...anoche, me respondiste con el tuyo.
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Hans, dime una cosa.
¿Por qué me dedicaste ese cuento?
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¿Cómo podría confesarte lo que siento?
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¿Decirte que sabía lo desdichada
que eras a su lado?
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¿Desdichada, con mi marido?
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Sí, tú no sabías que yo estaba presente,
pero vi cómo te trataba.
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Te dio una bofetada.
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Te oí llorar.
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Hans...
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- ¿Cómo hablaría un zapatero contigo?
- Ha llegado, cielo. ¡Está aquí!
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Buenos días, Andersen.
Tu regalo, cariño. Siento lo de anoche.
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Debes perdonarme.
Me preocupaba por tu ballet, no por ti.
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¿Le has dicho que fue todo un éxito?
Para una gran dama del ballet.
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¡Ábrelo! Seremos pobres todo el año,
pero tenía que comprártelo.