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Por eso no se preocupe.
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Se lo pondría donde todos la viesen
en el estadio de los Yankees.
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¡Es una furcia!
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Se lo digo ya y se ahorra la pregunta.
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La quiere mucho, ¿verdad?
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¿Qué sabrá usted de eso?
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Está loco por ella.
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Si no fuera así, la dejaría y la olvidaría.
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Supongo que sí.
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Toda una confesión, ¿no es cierto?
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Venga. Déjeme apretar la gasa.
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- ¿Qué es eso?
- Son las 8.30.
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Mire por la ventana.
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- Vamos fuera con los demás.
- Ahora no puedo ver a nadie.
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Me siento como un idiota.
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Déjeme decirle una cosa.
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Es usted joven y está enamorada.
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Le voy a dar un consejo:
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No deje que su amor se desborde,
como ocurre con esas cataratas.
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Allá arriba...
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¿Ha visto el río que corre
encima de las cataratas?
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Fluye lento y apacible.
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Si echas un tronco, se queda flotando.
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Pero, a medida que baja,
va ganando velocidad.
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Golpea contra las rocas
y se mete en los rápidos,
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y entonces nada en el mundo, incluido Dios,
puede evitar que caiga por la catarata.