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-¿Eso es un adiós?
-Así es.
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-¿No te volveré a ver?
-No sé para qué.
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-Supongo que volverás con Merle.
-Quizá, si ella quiere.
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Se me olvidaba, voy a un hotel,
así que no necesitaré esto.
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Quizá sí, por si te hartas del negocio
de arte primitivo.
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Toma una escoba y viaja.
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Así...
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que vas adonde la Arpía de Brooklyn,
me visitas, haces un último chiste tonto,
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y ¡en marcha! Así de fácil, ¿no?
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Vuelves con Merle Kittredge, ¿verdad?
No, si puedo impedirlo.
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¡Quizá tú estés descongelado,
pero con ella ni siquiera he empezado!
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Vamos a ver,
¿qué sería lo bastante estrafalario?
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La transportaré.
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Antes de que acabe con ella,
¡verá más países...
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que Marco Polo!
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Y no la persigas.
Antes de que se vaya la haré enamorarse.
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Se enamorará de alguien,
del primer extraño que encuentre,
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el cartero, el fontanero
o el que limpia las ventanas.
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¡Pyewacket!
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¡Cielo santo!
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Pyewacket, ¿dónde estás?
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Sé lo que parece. Estoy bajo un hechizo.
Estoy encantado.
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Sin duda es inconcebible,
pero es un hecho.
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Hazme caso, esas cosas existen
y ocurren aquí mismo en Nueva York.
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-¿De verdad?
-Sí.
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Esa chica que conoces, Gillian Holroyd,
ella es una.
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¿Una bruja?
Shep, nunca aprendiste a leer los augurios.
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¿Y esas tormentas cuando estabas
en la universidad?
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¿Crees que fueron tormentas normales?
Bien, no fueron corrientes, normales...