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La gente era objeto de placer.
Eso es lo que os enseñabais.
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- Erais superiores a los mortales.
- No necesitàbamos a nadie.
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Sebastian sòlo te necesitò
mientras le eras útil.
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- ¿Util?
- Joven, capaz de atraer.
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Divaga y miente.
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- La dejò porque...
- ¡Me lo robaste!
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...perdiò el atractivo.
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¿Atracciòn entre
un hijo y una madre?
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- ¿Pueden detenerse esas mentiras?
- Sí, abriéndome el cerebro.
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Esto es un error.
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El error fue irme
con Sebastian.
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- Cuando la dejò, tuvo un ataque.
- ¡No!
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Una ataque de histeria.
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Sebastian la dejò
como a un juguete viejo.
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Y me llevò a mí como a
un juguete nuevo en su último viaje.
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- Mentiras. Todo mentiras.
- Las dos éramos...
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- Éramos reclamos.
- ¿Reclamos?
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Para Sebastian.
¡Él nos utilizaba como cebo!
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Cuando ella ya no pudo atraer
al mejor pez, la dejò de lado.
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¿Cebo?
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¿Para qué?
¿El mejor pez?
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Ella lo hacía en los lugares de moda
que habían frecuentado.
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Sebastian era vergonzoso con la gente.
Ella no. Y yo tampoco.
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Pero ambas hicimos lo mismo
para él.
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Le buscàbamos contactos.
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No puedo oír estas obscenidades.
Deténgala, doctor.
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¿Quieres sacarme la verdad
del cerebro? ¿Es eso?
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No puedes. Ni Dios
puede cambiar la verdad.
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- Éramos un par de...
- ¡Doctor!
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- ¡Es la verdad!
- ¿Ve còmo nos destroza?
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¡Saque esa historia
de su cerebro!
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¿Cuànto dinero vas a pagar
para que hagan eso?
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Aléjeme de ella.
Sàqueme de aquí.
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Sàqueme de esto.
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- Enfermera, sales de amoniaco.
- Sí, doctor.