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El retrato, lo he dicho ya,
era el de una chica joven.
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Era meramente una cabeza
y los hombros,
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hecho en lo que técnicamente
se denomina estilo "vignette";
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muy del estilo de las
cabezas favoritas de Sully.
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Los brazos, el seno, e incluso las
puntas del radiante cabello
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se fundían imperceptiblemente en la
vaga pero profunda sombra que
formaba el fondo del conjunto.
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Como obra de arte,
nada podía ser más admirable
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que la pintura en sí.
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Pero no pudo haber sido ni
la ejecución de la obra,
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ni la inmortal belleza
del semblante,
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lo que tan repentina y tan
vehementemente me había conmovido.
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Menos aún pudo haber sido
que mi imaginación,
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hubiera confundido la cabeza con la
de una persona viviente.
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A la larga, satisfecho del
verdadero secreto de su efecto,
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me volví a tender en el lecho.
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Había encontrado el hechizo
del cuadro
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en una absoluta "apariencia de vida"
de expresión".
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¿Es tuyo ese libro?
-No, lo he encontrado aquí.
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¿Me das uno?
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Es nuestra historia: un pintor
que retrata a su amada.
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¿Quieres que continúe?
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"Y, en verdad, aquellos que
contemplaban el retrato
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hablaban en voz baja de su parecido
como de una poderosa maravilla,
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y como de una prueba no menos de
la habilidad del pintor
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que de su profundo amor a aquella
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a la que pintaba tan extraordinariamente
bien.