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¡No me cabe duda, señor!
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Mire, jefe.
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Le he cogido una especie de afecto y...
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si quiere a la chica,
no creo que deba llevármela a casa,
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pero estoy abierto a hacer un arreglo.
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Sólo le pido mis derechos como padre.
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Es el último hombre del mundo que espera
que la deje marchar por nada.
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Se ve que es honrado, jefe.
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Así que...
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¿qué son cinco libras para usted?
¿Qué es Eliza para mí?
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Debería saber, Doolittle,
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que las intenciones del Sr. Higgins
son totalmente honestas.
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Por supuesto que lo son, jefe.
Si pensara que no lo son, pediría 50.
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¿Quiere decir que vendería a su hija
por 50 libras?
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¿No tiene moral?
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No me la puedo permitir, jefe.
Usted tampoco la tendría siendo tan pobre.
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No quiero hacer daño a nadie, pero...
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si Eliza va a sacar algo de esto,
¿por qué yo no?
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Mírelo a mi manera. ¿Yo qué soy?
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Dígame, ¿yo qué soy?
Un pobre indigno, eso es lo que soy.
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Piense lo que significa para un hombre.
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Significa enfrentarse constantemente
con la moralidad de la clase media.
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Cuando puedo sacar algo por ahí
lo pido y siempre me dicen lo mismo:
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Eres indigno, no te lo mereces.
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Pero mi necesidad es tan grande como
la de las viudas dignas que sacan dinero...
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de seis asociaciones de caridad
por la muerte de un solo marido.
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No necesito menos que un hombre digno,
necesito más.
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No como menos cantidad que él y bebo...
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mucho más.
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Le estoy diciendo la verdad.
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No pretendo ser respetable.
No, soy indigno...
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y quiero seguir siéndolo.
Me gusta, ésa es la verdad.
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¿Se van a aprovechar
del fruto de un hombre,
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le van a robar el precio
de su propia hija, a la que ha criado,