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Era Leonard Crawley,
un hombre de familia rica.
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- Sienta ese traserito junto al mío, nena.
- Ojalá hubiese dicho yo eso.
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Úsalo siempre que quieras.
Sólo reconóceme el mérito.
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Es más de lo que tú has hecho
por cualquiera aquí.
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Por cierto, dile a tu madre
que envíe el pago del refrigerador.
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Que no piense que se ha librado
sólo porque vamos a casarnos.
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No puede ser tu madre real.
Debieron dejarla en la puerta de tu casa...
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dentro de una jaula
en una noche de tormenta.
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¿Por qué estás empeñado
en casarte conmigo...
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cuando resulta obvio
que no me importas tú...
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ni todas las supuestas ventajas
que tienes que ofrecerme?
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Por eso mismo, nena.
Eres la única chica de la ciudad...
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que no se lanza a mis pies en el lodo
gritando: "Tómame".
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Das la impresión de ser de buena cuna.
Sabe Dios cómo.
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Pero también me darás un heredero...
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y mi madre dejará de darme la lata
con eso de continuar el apellido Crawley.
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¿Hay alguna razón mejor que ésa
para casarse?
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- ¿Y el amor?
- ¿Amor?
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Bueno, te lo diré de esta manera.
Yo soy muy rico y tú muy pobre.
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Y antes o después,
acabarás cambiando de parecer.
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¿Sabes la indiferencia que sentía?
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Pues ya empieza a cambiar.
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Empieza a convertirse
en un desprecio absoluto.
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¿Qué te dije, nena? Ya te dije
que cambiarías, antes o después.
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Tengo que escuchar el informe de las 6:00
del encargado de la tienda.
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La Gestapo Crawley.
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¡Sí!
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Mira esa monstruosidad.
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"Ferretería Hopper's"
La única propiedad que no es nuestra.
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Pero sólo es cuestión de tiempo
antes de que Hopper ceda.
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Igual que tú, nena.
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Buenas tardes, Sr. Crawley.
Qué tiempo más bueno...