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¿No sabéis por qué venimos a veros?
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Mi padre, así como mi hermana,
me informan de su discordia,
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y he estimado conveniente analizar
esa disputa lejos de nuestra casa.
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Abstraeos de vuestro infortunio
y dispensad vuestro valioso consejo
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en un asunto que requiere acción
inmediata.
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Me alegra de todo corazón servir a vos,
señora.
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Para mí es un honor ver en ambos
mis huéspedes.
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¡Eres un miserable cobarde!
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¡Desenvaina!
¡Defiéndete canalla!
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¡Auxilio!
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¡Alto, granuja! ¡Defiéndete, tarambana!
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¿Llevas encima una carta en contra
del rey!
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¡Eh! ¿Qué ocurre?
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¿Vos también queréis una lección?
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¿Armas? ¿Pelea? ¿Qué pasa aquí?
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¡Silencio, por vuestra vida!
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¡El que ataque, morirá! ¿Quiénes son?
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Los mensajeros de mi hermana y el rey.
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- ¿A qué se debe esta pelea? Hablad.
- Estoy sin aliento, señor.
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No es de extrañar, cobarde granuja.
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¡Lacayo ambicioso, hijo de puta, servil
y relamido,
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que haría de alcahuete por dar
buen servicio!
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Así y todo,¿cómo empezó la pelea?
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Este viejo energúmeno, cuya vida he
perdonado por respeto a sus canas...
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Si me dais licencia, lo haré argamasa,
para enlucir las paredes de un retrete.
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¡Silencio! Zafio salvaje, ¿Acaso has
olvidado delante de quién hablas?
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No, señor, lo recuerdo, pero el enfado
tiene preferencia.
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¿Qué es lo que tanto te enfada?
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El que un cerdo deshonesto, como éste,
vaya con espada.
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¡Oh serviles hipócritas!
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A los que es igual, afirmar que negar,
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según cambia el viento de sus dueños.
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Los siguen cual perros y no paran
de adular.