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"¡Querida hija, reconozco que soy
un viejo inútil.
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Te pido de rodillas que te dignes
darme ropa, cama y alimento!"
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Basta ya.
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Esa broma es indecorosa.
Volved al lado de mi hermana.
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¡Jamás!
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¡Que todas las venganzas que atesoran
los cielos caigan sobre su cabeza!
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¡Aires malsanos, dejadle baldados
sus jóvenes miembros!
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¡Raudos relámpagos, cegad sus ojos
desdeñosos con vuestras llamas!
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¡Enfermedad, fulmina su arrogancia!
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¡Dioses benditos!
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¿También me lo desearéis a mí
en momentos de arrebato?
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¡No, Regan! ¡Nunca te maldeciré!
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Tu temperamento apacible
no puede volverte tan cruel.
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Conoces tu obligación filial,
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No puedes haber olvidado
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que te di la mitad del reino por dote.
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Señor, al asunto.
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¿Quién puso a mi hombre en el cepo?
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Por orden mía.
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Pero, por sus excesos, merecía
un castigo más severo.
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¡Ah, dioses! Si amáis a los ancianos y
sois ancianos, ¡haced vuestra mi causa!
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¡Regan! ¡Será posible que le tiendas
la mano?
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Claro que me la tiende.
¿Por qué no iba a hacerlo?
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Malo no es todo lo que cree la chochez.
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No olvidéis vuestra edad, padre. Vivid
en correspondencia con vuestros años.
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Estando ahora ausente de casa, no tengo
los medios necesarios para recibiros.
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Residid con mi hermana, despidiendo
a la mitad de vuestro séquito.
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¿Volver con ella y despedir
cincuenta hombres?
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No, antes renuncio a todo techo.