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Discúlpenos.
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-Son presos que han huido.
-¿En serio?
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¿No ha visto cómo se mueven
todos juntos?
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Están encadenados por los tobillos.
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Pensaba que estaban muy unidos.
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¡Se acabó el juego!
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La vieja ha hablado.
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Volveréis a la cárcel.
Y esta vez os quedaréis allí.
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-Necesitamos herramientas.
-Mi mujer nos ayudará.
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Virgil, ¿por qué no me hiciste caso?
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Necesitábamos el dinero
y robé el banco.
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¿Cuándo lo dejarás?
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Eres un padre de familia,
tienes responsabilidades.
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Si fuera mi mujer, se la cargaba.
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Tú no te metas.
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No quiero discutir esto
hasta que estemos solos.
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Quiero que lo hablemos ahora.
Así no quieres, ¿no?
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-¿Adónde vas?
-Ven al otro cuarto y lo hablamos.
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¡No puedo ir solo!
Estoy encadenado.
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No podemos estar solos.
Necesitamos herramientas.
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-No podemos separnos.
-¿Cómo crees que me siento?
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Soy una mujer joven
que duerme sola todas las noches.
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-Cariño, escucha...
-¿Crees que no siento nada?
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Recuerdo cuando estabas
en la Filarmónica.
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¡Nunca estuve en la Filarmónica!
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-Hacíamos el amor, recitabas...
-¡Callaos!
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-¿Recitabas?
-Jugábamos con aquella muñeca...
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-¡Es un poeta!
-Tesoro...
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No miréis.