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- Sir Ranulf.
- Soy vuestra prisionera.
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- ¡Ven aquí!
- ¡Suelta!
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¡Suéltala!
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- ¿No vas a crecer?
- Te salvaré.
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- ¡Arrestadles!
- ¡Me faltan hombres!
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- Me basto yo solo.
- ¿Y qué hará?
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En nombre del rey Juan,
entregaos.
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Eso intento.
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- Entrégamela.
- Toma.
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- Le dije que no lo hiciera.
- Robin...
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Tonto o no, él sirve al rey.
Tú aún eres libre.
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- Entrégamela y podrás irte.
- No puedo hacerlo.
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- Entonces tendré que perseguirte.
- Buena caza, sheriff.
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- Que Dios te ayude, Robin.
- Eso espero.
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Así que ése es Robin Hood.
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¡Es hombre muerto!
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Sí.
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Pero no por cualquiera.
Es cosa mía.
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¿Puede montar, Sir Ranulf?
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- No quería hacerte daño.
- Nada hace daño.
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No quise que se te llevaran.
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¿Que se me llevaran?
Yo quería ir.
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Te evitaré la cárcel.
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- Puedo hacerlo.
- Esto no te incumbe.
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No se cómo me ves,
pero no soy tu Marian.
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No me imagino viviendo
en el mundo otra vez.
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- Mañana me entregaré al sheriff.
- ¿Por qué? ¿De qué servirá?
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Lo haré por Dios.
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- Tú fuiste a las cruzadas, ¿no?
- Por ciertas cosas es digno morir.
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Los infieles que mataste
también tenían alma.