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que un comportamiento suyo pudiera
causarle aflicción a la universidad?
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Por supuesto, señor.
Profundamente, sin duda.
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Bien. Estaba seguro.
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Aquí en Cambridge, siempre hemos estado
orgullosos de nuestras hazañas atléticas.
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Creemos que nuestras competencias
son indispensables
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para ayudar a completar la educación
de un caballero inglés.
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Forjan el carácter.
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Estimulan el coraje,
la honestidad y el liderazgo.
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Pero más que nada,
un espíritu inexpugnable de lealtad,
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camaradería y responsabilidad mutua.
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- ¿Está usted de acuerdo?
- Sí, señor. Lo estoy.
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Siento decir que existe una creciente
sospecha en el seno de esta universidad,
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y se lo digo sin, de ninguna manera,
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menospreciar sus logros,
por los que todos nos regocijamos,
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de que en su entusiasmo por lograr el éxito
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tal vez haya perdido de vista
algunos de estos ideales.
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¿Puedo preguntar en qué consiste esta
deslealtad, esta traición de mi parte?
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- ¡No hablo de traición!
- Se mencionó la palabra aflicción.
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Se dice que utiliza un entrenador
profesional.
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El Sr. Mussabini, sí.
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- ¿Es italiano?
- De ascendencia italiana, sí.
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- Ya veo.
- Pero no italiano por completo.
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- Me alegra escuchar eso.
- ¡Es mitad árabe!
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¿Es verdad que usted emplea a este
Sr. Mussambini de manera profesional?
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Sam Mussabini es el mejor entrenador
de atletismo, el más avanzado,
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y de pensamiento más claro de todo el país.
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Me siento honrado de ser digno
de su atención.
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Sin embargo, es un profesional.
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¿Qué otra cosa podría ser? Es el mejor.
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¡Ah! Pero es justo ahí, Sr. Abrahams,
donde nuestros caminos se separan.
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Como usted sabe, esta universidad cree
que sólo como aficionado
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se consiguen resultados satisfactorios.
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Yo soy un aficionado.