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¡Lujo!
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Solíamos tener que salir
del lago
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a las tres de la mañana, limpiar el lago,
comer un puñado de barro caliente,
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trabajar veinte horas al día en el molino,
por dos peniques al mes, volver a casa,
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y papá podría golpearnos
en la cabeza y el cuello
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con una botella rota,
¡Si teníamos suerte!
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¡Bien, por supuesto que lo teníamos difícil!
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¡Solíamos tener que salir de la
caja de zapatos en mitad de la noche,
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y limpiar el suelo de la calle
con nuestras lenguas!
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Teníamos que comer la mitad de
un puñado de barro congelado,
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trabajar veinticuatro horas al día en el molino
por cuatro peniques cada seis años,
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¡y cuando llegabamos a casa,
nuestro padre solía partirnos en dos
con un cuchillo de carnicero!
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¡Exacto!
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¡Tenía que levantarme en la mañana
a las diez de la noche,
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media hora antes de acostarme,
comer un terrón frío de veneno,
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trabajar veintinueves horas
al día en el molino
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pagaba al dueño para
tener permiso para trabajar,
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y cuando llegabamos a casa,
nuestro padre nos mataba
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y bailaba sobre nuestras tumbas,
cantando Hallelujah!
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¡Trata de contarle ésto
a los jovenes de hoy,
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y no te creerían!
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¡No, no lo harían!
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Bien, no puede haber goles,
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pero ciertamente no falta entusiasmo
aquí, como pueden ver,
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Nietzsche acaba de ser amonestado
por discutir con el árbitro.
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Él acusa a Confucio
de no tener voluntad propia,
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y Confucio anota
su nombre en el libro,
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y esta es la tercera amonestación
de Nietszche en cuatro partidos.
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Y, oh, aquí está Karl Marx.
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Karl Marx está calentando,
parece como si fuera a efectuarse
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una substitución en el lado alemán.
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Obviamente el entrenador Martin Luther
ha decidido ir con todo al ataque
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y en efecto debe, con sólo
dos minutos para el final.
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Pero la gran cuestión es:
¿Quien va a ser substituído?
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¿Quien se irá al vestuario?
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Podría ser Jaspers,
Hegel ó Schopenhauer.
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¡Pero es Wittgenstein!