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Me cayo jugo de granadas en los ojos
y estos se irritaron.
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Hasta el día de hoy sigo escuchando
el silbido de sus sables.
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Después ellos me obligaron a recoger
los granos de granadas.
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Por fin, el príncipe dijo:
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"Recoge tus bártulos, mañana
por la mañana te irás con mi amigo.
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De aquí en adelante él será tu príncipe.
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Yo te cambio por estos dos perros.
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Trae a tu madre»».
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Mi infortunada madre imploró al
príncipe que tenga piedad con nosotros.
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Le recordó, con qué fidelidad, nuestra
familia había servido a su casa,
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Con cuanto esmero recoge ella los
azafranes más buenos para el príncipe.
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El príncipe no hizo caso a su ruego
y llamaron al Capataz.
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El adulador capataz sonrió al príncipe
asintiendo con la cabeza.
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Por orden de nuestro señor, nos metieron
en la era, nos enyugaron
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y nos obligaron a moler el trigo.
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Allí, bajo el peso del yugo,
de la humillación y la vergüenza,
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mi madre se murió.
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Enloquecí de dolor.
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Incluso a mi amo, ese monstruo,
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se le quitó la embriaguez
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y empezó a rezar horrorizado,
pidiendo perdón al Señor.