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Y saqué de repente mi hoja
y me llevé a los siete, ¡así!
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¡siete!hace sólo un segundo,
eran cuatro.
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- ¿En cuero?
- No, Bob, amigo.
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Ellos eran cuatro,
y todos iban de cuero.
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Siete, según mi cuenta.
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Dejadlo.
Pronto serán más.
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Como estaba diciendo, esos nueve en el callejón
de los que os he hablado...
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Ya veo que hay más. ¿Nueve?
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¡Con fuerza y determinación,
a siete de los once machaqué!
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Ahora son once.
Y comenzó con dos.
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Pero, como si el diablo los llevase,
tres de ellos me atacaron por la espalda.
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Vestían de verde.
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Y pudieron conmigo.
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Porque estaba tan oscuro, Scotty...
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que no podías ver tu mano.
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¿Cómo pudiste ver que iban de verde
si estaba tan oscuro...
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que no podías ver tu mano?
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- Dinos. Vamos, Bob.
- ¡Dinos!
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- ¡Vamos, Bob.!
- ¡Di cómo pudiste, Bob.!
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- Dinos por qué.
- Puedes decírselo. Vamos. Cuéntaselo.
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- ¿Bajo coacción?
- Vamos, Bob.
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Ni por tí ni por mí o el resto del mundo
lo diría...
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¡bajo coacción!
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¡No seré más
culpable de este pecado!
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¡Este cobarde optimista,
este montador de caballo...
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esta enorme montaña de gelatina!
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¡Gamberro.! ¡Estrella de mar.!
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¡Oh, necesito aliento para expresar lo que yace
en el criterio de un sastre!
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¡Caja de zapatos.!¡Vil gamberro.!
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Respira un momento, y entonces hazlo de nuevo.
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Pero escuchadme.
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Nosotros dos os vimos a los cuatro atacar a cinco.
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Y, Bob...
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y te excitabas con el más
ligero de los ruidos.