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Nada, a no ser que se la devolvierais.
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Querido príncipe,
me enseñáis noble gratitud.
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Tomad, Leonato. ¡Ahí la tenéis!
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No deis esa naranja podrida
a vuestro amigo.
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No tiene de honrada
sino la señal y la apariencia.
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¡Se sonroja como una virgen!
¿No juraríais al verla
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que es una virgen por su aspecto?
¡Pues no lo es!
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- ¡Conoce el calor de un lecho lujurioso!
- ¿Qué queréis decir, señor?
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Que no me caso. No uniré mi alma
a la de una libertina.
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¡No!
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Mi querido señor, si en prueba propia
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habéis vencido la resistencia
de su juventud y vencido su virginidad...
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¡No, Leonato!
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Nunca la tenté con palabras licenciosas...
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...sino con las de un hermano
a una hermana,
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con un candor sincero
y un amor respetuoso.
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¿Y me conduje yo de otro modo con vos?
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Me parecíais Diana en su esfera,
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pero sois más desenfrenada
que la propia Venus...
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¡Apartad!
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...o que esos animales mimados
que retozan en salvaje sensualidad.
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¿Está mi señor en su juicio
para desvariar así?
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- ¿Por qué no habláis?
- ¿Por qué iba a hacerlo?
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Estoy avergonzado por haber querido unir
a mi amigo con una ramera.
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¿Qué hombre hablaba con vos anoche
en su ventana entre las doce y la una?
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No hablaba con ninguno a esa hora, señor.
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No sois doncella entonces. Leonato,
me duele que tengáis que oírlo.
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Por mi honor, mi hermano
y este pobre hombre la vimos y oímos